Nuevo hogar, nueva vida
Una chica guatemalteca migró a Costa Rica en el 2009 junto a su familia tras recibir el llamado de Dios de transmitir el mensaje a otras personas en otro país.
Una persona mira a un avión desde las ventanas dentro del aeropuerto mientras espera su vuelo hacia su destino. Imagen ilustrativa.
Era el año 2009. Miré mi casa donde viví durante ocho años, la casa que me dio tantos momentos y recuerdos especiales con mi familia. Era la última vez que la iba a ver. Entré al carro y me senté junto a mi hermana menor Andrea y mis padres, Carlos y Ana. El carro empezó a arrancar y veía cómo nos fuimos alejando de esa casa, poco a poco, aquella casa se hacía cada vez más diminuta y más lejana. En ese momento me sentí un poco confundida de lo que estaba pasando alrededor mío, yo, Amy Salazar, no comprendía del todo qué tan grande iba a ser este cambio en mi vida.
Luego de manejar a través de la Ciudad de Guatemala, llegamos al aeropuerto. Salimos del automóvil y bajamos las maletas. Sólo llevamos unas cuantas maletas, dos cada uno, llenas de ropa, además de un sartén y una olla. Por otra parte, mi madre nos preparó una caja llena de juguetes para que pudiéramos jugar y divertirnos durante la mudanza.
Entramos al aeropuerto y fuimos al counter de la aerolínea en la que viajamos, para conseguir los boletos. La persona encargada nos entregó los boletos tras revisar toda nuestra información del vuelo y de nuestros pasaportes. En aquellos boletos indicaban nuestro destino: Costa Rica. Nuestro nuevo hogar.
La Organización de las Naciones Unidas (ONU) define la persona migrante como aquella persona que “se desplaza, o se ha desplazado, a través de una frontera internacional o dentro de un país, fuera de su lugar habitual de residencia independientemente de: 1) su situación jurídica; 2) el carácter voluntario o involuntario del desplazamiento; 3) las causas del desplazamiento; o 4) la duración de su estancia”.
Según datos actualizados por la ONU, el número de personas que migran aumentó en la última década. Se estimó, con corte a junio de 2019, que hay casi 272 millones personas migrantes. La ONU indicó que aumentó 51 millones desde el año 2010.
Costa Rica era nuestro siguiente destino que Dios nos tenía preparado, mis padres obtuvieron la oportunidad de conseguir un nuevo trabajo en ese país, como misioneros de la Iglesia del Nazareno. Cuando vivíamos en Guatemala, ambos trabajaron en la misma organización; sin embargo, en ese momento no eran misioneros aún hasta que otras personas dentro de la Iglesia empezaron a preguntarles si alguna vez consideraron en convertirse en misioneros.
Al inicio, ellos no estaban encantados con la idea, no obstante, tras pensarlo, decidieron poner esa posibilidad en manos de Dios. Mis padres esperaban encontrar la respuesta orándole por meses. Para ellos, si era el llamado de Dios, mudamos. Seis meses después, finalmente obtuvieron la respuesta que tanto esperaban, de esta manera, decidimos irnos a Costa Rica.
Toda la incertidumbre que mi madre tenía durante esos seis meses, despareció. Mi madre tenía la preocupación a qué país nos mudamos, dónde vivimos, dónde estudiamos mi hermana y yo, quienes teníamos cinco y ocho años respectivamente. No obstante, toda esa incertidumbre se esfumó cuando mis padres supieron nuestro destino a través de una conversación con los encargados de la Iglesia del Nazareno.
Aquellas personas se iban a encargar de todo: nuestro hospedaje, seguro médico, servicio del agua, luz, educación y boletos del avión. No teníamos ni idea la ubicación de nuestra nueva casa ni qué iba a pasar tras aterrizar a Costa Rica.
Después de aquella conversación entre los encargados de la Iglesia y mis padres, mi hermana y yo supimos que nos teníamos que mudar a otro país en una cena. En ese momento yo no comprendí qué significaba esta mudanza. Lo único que entendí era que no iba a poder ver a mis primos ni a otros familiares seguido, con quienes era muy unida.
Tuvimos que vender y regalar todas nuestras cosas, por lo que nos quedamos solamente con nuestra ropa, juguetes, una olla y un sartén.
Cuando llegamos a Costa Rica, tras casi dos horas de vuelo, los encargados de la Iglesia del Nazareno de las Américas nos llevaron a un apartamento, donde vivimos en un corto período. Nuestro primer año en Costa Rica fue caótico.
Nunca logramos tener estabilidad apenas llegamos a Costa Rica. Nos tuvimos que mudar varias veces en el primer año. A cada rato teníamos que desempacar y volver a empacar todo para mudarnos a otra casa. Después de toda esa locura, finalmente tuvimos esa estabilidad que tanto esperamos. Aquella incertidumbre de saber cuál iba a ser nuestro hogar, desapareció al mudarnos a una casa donde vivimos por un largo tiempo.
Finalmente encontramos la casa donde viviríamos momentos y crearíamos recuerdos en familia, junto a nuestros nuevos amigos dentro y fuera de la Iglesia. Aquella casa blanca con un patio amplío, ubicada en Moravia, nos daba acceso a la comunidad que se encuentra alrededor de la Iglesia. Además, esta vivienda se convirtió en un lugar donde mi hermano menor, Gabriel, crecería, quien recién había nacido.
Según datos del Instituto Nacional de Estadística y Censos (INEC), publicados en el 2011, entre el año 2000 y el 2010, 1,243 personas provenientes de Guatemala, migraron a Costa Rica. En esta década hubo más movimiento migratorio por parte de los guatemaltecos que en los años comprendidos entre 1980 y 1999. Por ejemplo, entre 1990 y 1999, solamente 470 personas migraron a Costa Rica.
En el 2019, la ONU estimó que 417,768 personas migrantes viven en Costa Rica, es decir, el 8,23% de la población del país costarricense. Entre los 417,768; 2,699 son provenientes de Guatemala. Esto significa que desde el 2010, la migración de los guatemaltecos a Costa Rica aumentó.
Muchas personas nos ayudaron con nuestra adaptación a la cultura costarricense. Fueron muy amables con nosotros, nos regalaron muchas cosas. Las personas acá en Costa Rica son más sociales y amigables, mientras en Guatemala son mucho más reservados.
Sin embargo, en mi caso, tuve que adaptarme a la escuela, ya que que la materia que recibía era distinta a la que aprendía en Guatemala. Por ejemplo, en Estudios Sociales debía aprender temas relacionados a Costa Rica y no a Guatemala.
Además, al principio tuve desapego emocional en ambos países. En el caso de Costa Rica, sentía que no era parte de la sociedad costarricense, ya que siempre había alguien que siempre recalcaba que yo era extranjera. Por otra parte, cuando visitaba a mi familia en Guatemala, no me sentía parte, ya que pasaba momentos en los cuales había choques culturales entre los países.
Me costó entender y saber dónde pertenecía. También extrañaba mucho a mi familia, a mis primos. Echaba de menos ese apego familiar que tenía con todos. No obstante, después de un tiempo, me acostumbré a mi vida nueva en Costa Rica, confiando en Dios lo que Él tenía preparado para mi futuro.
Nota: Esta crónica fue escrita el 19 de diciembre de 2021.
El día que cambió la vida de Marcos Machado
Marcos Machado, un cineasta sordo costarricense, quien se implantó a sus 32 años, contó cómo se dio cuenta que estaba perdiendo su audición en su adolescencia y cómo eso le afectó en su vida cotidiana.
Marcos Machado se dio cuenta que tenía problemas de escuchar en su adolescencia. Imagen Ilustrativa.
Sentado en un asiento que se encontraba frente a la profesora, quien está a punto de dar la clase en el colegio Experimental Bilingüe José Figueres y al comenzar, se da cuenta que no la puede escuchar bien. Hace el esfuerzo para entenderla mejor, pero no lo logra. Marcos Machado estaba perdiendo su audición. A sus 13 años había enfrentado situaciones en las que la mayoría del tiempo no podía comprender lo que la gente le estaba diciendo.
Al darse cuenta que algo mal andaba con su audición, le había pedido a su madre que lo llevara al doctor. Marcos Machado temía que le pasaría lo mismo a su familia. Sus primos, tíos y su madre habían perdido la audición debido a la Sordera de los Monge, una condición hereditaria que surgió en Cartago, Costa Rica y única en el mundo.
La Universidad de Costa Rica realizó un estudio sobre la Sordera de los Monge entre los años de 1976 y 1991, el cual estuvo bajo la dirección del doctor Pedro León Azofeifa. Según Seminario Universidad, en esta investigación se señaló que esta condición provoca que haya una posibilidad del 50% que cada niño perteneciente a las familias de apellidos Alvarado, Astorga, Loría, Monge, Quesada, Quirós, Valverde y otros, pueda perder su audición al igual que alguno de sus progenitores.
Por otra parte, el licenciado Eduardo Fournier encontró un antepasado común entre estas familias portadoras de esta condición. De acuerdo a Seminario Universidad, se trataba de un español llamado Felipe Monge Merino que llegó a Costa Rica alrededor del año 1600.
En su visita al consultorio médico, le confirmarían a él su sordera severa tras realizarle una audiometría. Marcos Machado sintió que sus sueños se habían acabado. Había encontrado su pasión por la fotografía y la cinematografía al grabar a todo lo que sucedía a su alrededor con una cámara que había comprado en un viaje a los Estados Unidos. Disfrutaba su pasión era grabar a sus amigos de la secundaria patinando en su tiempo libre.
En un momento supo que quería dedicarse a esto en un futuro; sin embargo, nunca se imaginó que su vida iba a cambiar por completo después de su visita al médico.
Marcos Machado ya era uno de las 1500 millones de personas con algún grado de pérdida auditiva en el mundo y uno de los 70 mil personas sordas en Costa Rica.
De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS), casi el 80% de las personas sordas viven en países de ingresos bajos y medianos. Además, la OMS indica que 430 de los 1500 millones necesitan servicios de rehabilitación. Se estima que, para el año 2050, habrá casi 2500 millones de personas sordas con algún grado de pérdida de audición.
Sus visitas a la clínica audiológica eran seguidas. Después de aquel diagnóstico empezó a utilizar audífonos de diferentes marcas. Cambiaba a cada rato el modelo de audífono en busca de mejoras de sonido. La audióloga le hacía ajustes cada vez que él la visitaba junto a su madre.
Un ajuste, otro ajuste y otro ajuste de sonido. El joven pensaba que estaba conforme, pero al salir del consultorio los sonidos que entraban a su oído por medio de aquel audífono no eran los que esperaba. Se frustraba.
Pasaron los meses y su sordera fue progresando. Sus audífonos no le ayudaban. No volvió a escuchar los mismos sonidos que oía antes de que empezara a perder su audición. No sabía qué hacer. Ya no tenía autoestima ni confianza en sí mismo.
En una de aquellas visitas a la clínica audiológica encontró una publicidad sobre el implante coclear, un dispositivo electrónico que ayuda a las personas sordas a escuchar. Al ver aquella publicidad, a Marcos Machado le dio curiosidad cómo funcionaba ese aparato. Luego de consultar a los profesionales, ellos le advirtieron que podría ser un candidato para la cirugía del implante coclear; sin embargo, su sordera no era lo suficientemente profunda en ese momento.
Esa posibilidad le dio las esperanzas de que algún día iba a escuchar, siguió cada paso que los profesionales del implante coclear le indicaban. No podía esperar que ese día llegara.
A sus 32 años ya se encontraba en el Hospital México esperando por su primera cirugía para un implante coclear. Un mes después, en septiembre del 2016, estaría en el consultorio de su audióloga para la activación del dispositivo electrónico.
En aquel consultorio con las paredes pintadas de blanco y espacioso, Marcos Machado, sentado frente al escritorio de su audióloga y con sus padres en ambos lados, esperaba ansioso en escuchar la voz de su madre por primera vez después de un largo tiempo. La señora, quien también se había implantado, se levantó y se colocó detrás de su hijo para que él tratara de captar mejor su voz.
Para él, ella se escuchaba deformada. Marcos Machado describió la voz de su madre como la del pato Donald. Estaba sorprendido. Los profesionales le habían dicho que no iba a oír los sonidos en su rango normal de una vez sino que después de varias sesiones de terapia de lenguaje, ya podía ser capaz de escuchar los sonidos que antes no lograba captarlos.
Ahora en Brasil, Marcos Machado está en espera para su segunda cirugía de su segundo implante coclear en el otro oído.
A sus 37 años, su historia lo había llevado a diferentes países del mundo a contar sus experiencias como persona sorda con implante coclear. A través de sus redes sociales comparte historias y experiencias de otras personas sordas usuarias de implante coclear, incluso la suya.
Las puertas para su vida profesional se abrieron tras la activación de su implante coclear. Cinco años después de aquel día contaría con cuatro proyectos audiovisuales hechos y algunos de ellos publicados en YouTube.
Marcos Marchado, sentado en la silla frente a su escritorio dentro de su apartamento en República, que se ubica en San Pablo, Brasil; prende la computadora. Abre el programa de edición y se pone a editar su próximo proyecto audiovisual, un documental.
Nota: Esta crónica fue escrita el 11 de noviembre de 2021.